martes, 31 de agosto de 2010

Mi frecuencia


Foto: Carolina Teitelbaum.

Nací el 23 de julio del cuarto invierno de la década de los ochenta, siglo anterior. Hija menor de una familia de seis, crecí rodeada por el verde y la falta de hormigón. Campo, olor a pasto húmedo, escarcha invernal, grillos nocturnos, perros corriendo, infinitas estrellas, flujo de imaginación. Crecí bailando los Beatles con mis hermanos iluminados por el fuego alrededor del hogar, al compás de las llamas. 
Soy estudiante de periodismo, pero estaría describiéndome de manera incompleta si no mencionara que expreso lo que no puedo poner en palabras a través del dibujo desde mi niñez. Tengo una inagotable afición tanto por la música, la pintura y la fotografía, como también por todos aquellos mundos en los que uno se inmiscuye movido por las emociones. Aficionada del movimiento, el compromiso, la conexión y el consecuente cambio. 
Recientemente estudiante de montaje cinematográfico. Dí con el séptimo arte al buscar un lenguaje en el cual se pudieran contar las distintas realidades que no son consideradas noticia hoy, aquellas que jamás tienen auspiciantes, las que tienen que ver con lo emocional en cada uno.
Aplaudo de pié artistas como Jim Morrison o John Lennon, por buscar encontrarse con ellos mismos y, por ende, con sus ideologías, y, también, por llevarlas a la práctica sin importar consecuencias y evitando grises; Freddy Mercury, por su inagotable talento; Chomsky, Nietzsche, Schopenhauer o Freud, por promover en uno un cuestionamiento constante y hacia todo, asegurándonos de arremeter contra la vida vivida desde el prejuicio.
Huyo, finalmente, de mi posible participación en la difusión del abatimiento mental, de la consecuente desidia en la búsqueda de ideales, del no movimiento y del no abandono de la queja pasiva.

viernes, 6 de agosto de 2010

Dichos populares



Cuántas veces habré repetido frases sin haberme detenido a pensar qué significaban, como decir que entrar a una iglesia da paz. A mi me da igual. Si entrara a un supermercado en el que los clientes tienen prohibido hablar, creo que me pasaría lo mismo, el silencio me conmovería.

En la novela de ciencia ficción de Colin Wilson, Los parásitos de la mente, el protagonista descubre que la conciencia humana ha sido esclavizada, sometida e intimidada por un extraño parásito que se ha estado alimentando de ella y le ha estado chupando su energía durante siglos. El miedo, la superstición, una estrecha visión de la realidad, y la repetición de musts sociales son la materia prima de éstos parásitos mentales.

¿Qué quiere decir más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer? Wilson nos insta a que nos demos cuenta de cuales son las trabas que condicionan nuestra realidad , para poder liberarnos de ellas, incluso siendo ésta, una empresa dolorosa, aunque posible si no nos empeñamos en racionalizar el cansancio y la inercia que sentimos, admitiéndo cuán acosados nos sentimos por un sistema que nos oprime y limita.

¿De verdad es mejor lo malo conocido? Ni a palos. A mi me da más pánico lo que conozco, que lo que no. Lo desconocido, al menos, puede ser anécdota. Lo malo conocido, otra vez sopa.

martes, 3 de agosto de 2010

Mi deseo: love.

Quienes creen en la posibilidad de un cambio social inminente, no son optimistas con respecto a la naturaleza humana; confían más bien en el proceso transformativo en cuanto tal. Habiendo experimentado algún cambio positivo en sus propias vidas -más libertad, sentimientos de afinidad y de unidad, mayor creatividad, mayor capacidad para controlar el stress, sensibilidad para captar el sentido de las cosas- admiten que otros pueden cambiar también. Y creen que si un número suficiente de individuos llega a descubrir nuevas posibilidades en sí mismos, acabaran formando de forma natural una conspiración para crear un mundo propicio a la imaginación, el crecimiento y la cooperación humana. (La Conspiración de Acuario, Marilyn Ferguson)




Me preguntaron ayer qué pensaba sobre el futuro. Cómo lo veía, más exactamente. La verdad, no lo veo. No veo futuro si no veo personas que se vean a sí mismas. No puedo pensar en un proyecto social si no veo comunidad.
En el último tiempo, se me dificulta poder escribir porque todo lo que tengo para escribir es que deseo profundamente que, como raza, nos conectemos y nos comprendamos. ¿Qué estamos haciendo?
Cada vez más me siento parte de algo que me aleja del todo, y a la vez, me conecta de una manera más genuina a esa vibración que comprendo desde la falta de palabras, que comprendo desde lo que vibra en mí.
Mi deseo, por mi visión de futuro, es que abandonemos el lenguaje y nos dediquemos a leer lo que hay dentro de cada uno de nosotros, lo que dice nuestro cuerpo -que no dicen nuestras palabras-, que toquemos las teclas de nuestro piano que no sabemos manejar y evolucionemos. La evolución individual hace a la evolución colectiva. La evolución colectiva, el respeto por uno, por el otro, por el todo, hace al futuro. El futuro es vida. El hoy es vida. Vivamos.