"Más que querer ver la cara oculta de la Luna que está lejos de nosotros,
podríamos intentar mirar la cara escondida de nuestro propio espíritu"
[J.B. Priestley]
Ah no, pero por suerte llegó la nueva ley de medios que además de ser una bati ley, va a cambiar la forma en la que las personas se pisan unas a otras para conseguir un puesto en los medios.
“Crisis de confianza”. Así describe Gilles Lipovetsky en su libro “El crepúsculo del deber” no sólo a la relación entre los medios y sus lectores, sino también a la de los media con sus no lectores, posibles compradores de sus páginas. Es demasiada la responsabilidad que asumen los comunicadores como para que resulte tan fácil denunciar su “falta de responsabilidad y voyeurismo” y que no se pueda apelar a la denuncia por ser cierta.
El Código Internacional de Ética Periodística de la UNESCO, establece en su primer Principio (y para qué seguir leyendo el resto), el derecho del pueblo a una información verídica. La vorágine depravada por vender números en cada edición o por obtener puntos de raiting o de audiencia, sumado al eterno historial de engaños y ocultamiento de información no sólo por parte de los medios, sino también por parte del Gobierno y otras entidades que, mientras que simulan estar representándonos, hacen que, como dice Lipovetsky, exista “una sospecha respecto de los medios”, por su falso tratamiento de las noticias, por no brindar la información de manera objetiva, convirtiéndose, según el autor en “símbolos de manipulación, de impostura, de insignificancia, de falta de respeto hacia los hombres”. Me dan asco los periodistas.
Si bien concuerdo con lo que plantea el filósofo, creo que su análisis debería extender la responsabilidad. Que éste sea nuestro periodismo no habla sino de lo mucho que nos interesa como sociedad enterarnos, saber. Somos responsables todos, todos nosotros como sociedad. Y no desde cada una de las profesiones que hemos adquirido, sino desde cada uno de los que hemos llegado a ser, como personas, con sus valores. Todos somos responsables. No ellos, no él o ella: todos.
Dentro de la idiotizante canastita de conocimiento social a partir del cual, por ejemplo, se sabe que un té con limón ayuda a mejorar la garganta cuando duele, también es “sabido” que “los periodistas escriben en función de quién paga la pauta”. Ese es el mensaje que corre de boca en boca cuando uno pregunta a los ciudadanos por la credibilidad de sus medios. Pienso que eso sucede porque los lectores no nos hacemos respetar. Porque compramos los diarios y las noticias, aún sabiendo que las leemos mirándolas de reojo, con desconfianza. Porque no hay diferencia, en el fondo, entre la confianza que se le tiene al bastardeado diario “El Argentino” o “Clarín”. Todos mienten, todos tergiversan, todos ocultan e informan según lo que les permitan decir en función de quién paga la pauta que paga los sueldos. Pero nosotros, como siempre, nos quejamos pasivamente. Si queremos buena prensa: exijámosla, no compremos mentiras. No compremos más los diarios. No los leamos más porque para leer esas páginas, increíblemente sería mejor leer a Cohello.
Es nuestra responsabilidad porque preferimos, como sociedad, no enterarnos. La verdad no vende, aburre. Si la prensa escribiera de manera independiente y objetiva nos podría a los lectores en un lugar frente al que no sabemos como responderíamos. Implicaría una responsabilidad que habría que ver si querríamos asumir. Comprender que tenemos responsabilidad implica, inmediatamente, que actuemos. ¿Podríamos dejar de lado la indiferencia ante los acontecimientos ya no pudiendo alegar que no somos bien informados?
Respecto de esto, el autor señala: “cuando los media se erigen en el ‘cuarto poder’, el tema central ya no es el de los derechos de la información sino el de los deberes que resultan del papel creciente de la ‘mediocracia’”. Es magnífico que exista un eje ajeno al poder político capaz de controlar, mediante la denuncia masiva, que los políticos cumplan sus plataformas políticas o que actúen en función de lo que juraron cuando tomaron posesión de su cargo público. El problema no es sólo que el periodismo esté manipulado por intereses, el problema es que nosotros, como sociedad, no hacemos nada más que quejarnos. Queja pasiva. No necesitamos pensar, como dice el autor, que “la consideración de las consecuencias deplorables o catastróficas para los hombrees y las instituciones democráticas sirven cada vez de incentivo para la reactivación del principio de responsabilidad”. No necesitamos amenazas para actuar como comunidad, necesitamos conciencia, ser responsables, primero, con nosotros mismos y, en consecuencia, con nuestros conciudadanos. Estamos amenazados, incluso por nuestro medio ambiente, por no haber actuado como comunidad. No necesitamos esperar un político que nos guíe, todos deberíamos convivir de manera política, el problema es que no nos unimos, no actuamos como sociedad conjunta y, en general -por no decir siempre- responsabilizamos a un otro por los errores que cometemos o que dejamos se cometan.
Los media deberían competir por la mejor prensa, en vez de competir por la venta, o deberían sincerarse y escribir letras inconexas que no formen palabras. De esa manera estaríamos siendo tan informados como ahora, sólo que ellos, hasta resultarían simpáticos por ser, al menos, honestos. En la carrera por la venta de números, el periodismo se ha olvidado de la pasión por la verdad y la escritura, de la responsabilidad, en verdad en un principio romántica, que lo posicionó como herramienta de control, ante la falta de funcionamiento de la justicia.
Pero no es sólo el periodismo, como dice Lipovetsky, el que es “perverso”. Nosotros, como ciudadanos, también lo somos, porque por no asumir responsabilidad permitimos que ocurra, y que la mentira y la tergiversación de la información reinen en los titulares.